
Estudios e investigaciones explican sus valores pedagógicos aplicados a la educación; en el país su enseñanza no es obligatoria y está ligada más al juego que a los beneficios para el aprendizaje
Por Carlos A. Ilardo | Para LA NACION
El ajedrez, ese juego milenario y misterioso de origen incierto y virtudes sorprendentes, es, desde hace casi un siglo, tema de estudio de científicos e investigadores, los que en su mayoría coinciden en señalar que con su práctica se estimulan varias facultades mentales y, además, se forjan patrones de conducta entre los más jóvenes. Es más: en 1995, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) recomendó su inclusión en los niveles primario y secundario en todos los países miembros. Sin embargo, en la Argentina todavía no forma parte de la ley de educación nacional; su enseñanza es sui géneris, depende del interés de cada provincia, sin considerar su valor pedagógico.
Pese a que en los últimos 90 años investigadores de los cinco continentes fueron coincidentes en sus evaluaciones sobre las virtudes que desarrolla el juego, hoy no se explota el ajedrez como método transversal de enseñanza y no se valora su importancia en el aprendizaje asociado con las ciencias, en especial las matemáticas.
Mientras se discute sobre la conveniencia del dictado como materia curricular o extracurricular, el carácter de su enseñanza obligatoria u optativa, la elección de la edad del educando o del perfil del instructor que media entre la pedagogía del docente o los conocimientos de un ajedrecista, se dilata su incorporación a los programas escolares.
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